Cuando vemos a alguien con un mando de dos palancas y una antena similar a las de las radios, alzando la vista al cielo, esperamos ver, cuando miramos hacia arriba, una imitación, más o menos fidedigna, y más o menos veloz, de un avión. No un dirigible a radiocontrol.
Por suerte, a veces la vida nos sorprende. Donde creíamos que íbamos a disfrutar de un looping, de una barrena o de un picado, nos encontramos con un pepino flotante. Así. Sin más. No deja de ser curiosa, en todo caso, la fascinación que sobre nosotros ejercen los dirigibles.
Dirigibles a radiocontrol: recuerdos en blanco y negro
Quien más quien menos conserva el recuerdo del documento visual, en blanco y negro, del Hindenburg y su incendio. Y lo saca a pasear cuando ve uno de estos pequeños pilotados a distancia.
Pero el uso más habitual de estos modelos, o al menos el que ha popularizado la televisión en España es el de soporte publicitario: durante un tiempo, ha sido frecuente ver, en las canchas deportivas, un dirigible, de un par de metros de longitud, flotando, durante el descanso, sobre el público y difundiendo su mensaje.
Sea como pasatiempo para una muy tranquila tarde, o sea como cartel volador, el manejo de los dirigibles a radiocontrol, tranquilo y relativamente fácil, se recomienda tanto para un lego que desee iniciarse en este hobby sin grandes sobresaltos como para un veterano que desee probar una forma diferente y bonita de volar.
Perfecto, seas lego o veterano
La lentitud de las maniobras y de reacción de la máquina suponen un seguro para un novato que precisa unas décimas, cuando no unos segundos, para decidir qué hacer y no romper la maqueta. El veterano, por su parte, obtendrá la satisfacción de explorar posibilidades de vuelo distintas de las que ofrecen modelos más cercanos al avión moderno y aun al reactor de combate.
Para unos y para otros, con uno u otro fin y en uno u otro entorno, el dirigible es una experiencia que un aeromodelista debería probar al menos una vez.